nunca me diste
la hora exacta en la que
olvidarnos,
a pesar de que yo
ya hace tiempo
que te desconozco,
mi reloj está roto
y nunca supimos mirarnos
en el segundo correcto,
como para mantener
aunque sea, una relación efímera
entre tu nunca y mi jamás
pero que sí, siempre
no supimos ni siquiera
retroceder hacia delante
para parar el tiempo con nuestras bocas
y otra vez, intentarlo
intentar rozar con unas manos un imposible
que se nos escapaba entre ellas
y ahora,
se desvanece,
se emborrona,
arruga, dobla y marchita
el ritmo de tus pasos con las manecillas
de mis huellas
me diste la hora equivocada
para aprender a querer,
y eso conlleva no quererte, ni siquiera,
tampoco, más
a ti.
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