miércoles, 23 de marzo de 2016

Y no derramaré una lágrima más por ti.

Miro por la ventana. Miro a la nada.
El mar, sus ondas provocadas por el viento que sopla.
Algún que otro pájaro volando.
Y, miro todo. Y, en realidad, no estoy mirando a nada.

Soy fuerte, siempre lo he sido. O eso he querido creer.
Pero no se puede ser fuerte cuando te golpean en tu debilidad.
En tu punto débil. Y eso sí que hace daño.
Irreparable.

Pensamos que las personas pueden cambiar y, no,
no es así. Las personas no cambian, esconden su peor parte.
Te hacen creer que estás segura, para luego dejarte caer.

Y parece que cuando tiro el pañuelo del paquete
empapado por mis lágrimas. Parece, que va a ser el último.
En realidad no. En realidad solo vuelve a ser el primero de muchos más.
Lo peor es que ya debería de saber como es todo,
lo peor es que ya me tendría que haber acostumbrado.
Porque no siempre somos las prioridades de quien más nos importa.
Sólo somos segundos platos. Postres para quedar bien y que parezca
que todo es bonito y precioso.

Vuelvo a creer que todo puede ser como yo quiero que sea.
Como es en mi imaginación. Nada más alejado de la realidad.
Porque nunca me quito la venda. Comprender de una vez que no le importo.
Y, que por mucho que yo me empeñe en arreglar todo,
le seguiré sin importar.

Y, ahora, cuando miro a la nada
es cuando miro a las personas que les importo de verdad.

Ahora, cuando miro al espejo y veo mis ojos rojos
de tanto llorar. Cuando mi estómago es un puño
y mi corazón ya está más que convertido en piedra,
es cuando me prometo
que no derramaré ni una sola lágrima más.

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