viernes, 29 de septiembre de 2017

Realmente

No estaba enamorada de ti.

Me lo repito, te lo comento.

No lo estoy, aunque lo crea.
Aunque juege a engañarme a
mí misma.

Nunca hemos pensado por qué
empezamos a querer a alguien.
¿Cuál es el origen de lo que
no se puede percibir, ni estudiar,
que no se toca pero se siente
y que es incontrolable?
Acaso decidimos nosotros a quién querer.
Acaso es una casualidad.
Acaso, qué.

Y si el querer no es voluntario,
¿cómo podemos pretender que el
dejar de hacerlo sí lo sea?
Desde cuándo se decide de un
instante para otro lo que lleva meses
sin comprenderse.

Pero que unos sentimientos sean
verdaderos no significa que no puedan fingir.
Antagónico. Adverso. Opuesto.
Sí.
Porque a menudo, vamos
hacia una persona y la idealizamos.
Nunca estuvisteis juntos, pero
sientes que de tanto imaginártelo casi rozas lo real.
Y luego ves que sí, que lo querías
al que tú inventaste.
Pero no cruzaste, ni tan sólo, siquiera, una palabra con el que
pretendes estar
fuera de falsos indicios.

No estaba, no estoy enamorada de ti.
Sino del que se supone que eras tú.
Y por eso es más complicado todavía decirte hasta luego.
Porque aún sabiendo que lo nuestro
era inexistente
no justifica, concretamente, que te pueda dejar como si nunca existieras.





Evolución

A veces hay que decidir.

Aunque eso conlleve tener
que, por una vez, escogerse a uno mismo
como prioridad.

A veces hay que pensar si ciertas
cosas te compensan,
si el dolor son segundos y
la felicidad es infinita,
o por, el contrario, inundamos mares
de momentos que
nos gustarían que hubieran sido de otra forma.

Y cómo deshacerse de las
imágenes, de los sentidos,
y cómo atender a la razón
y a lo verdadero.
Cómo admitir ante ti mismo que
no es igual que antes,
que debe llevarse el viento, el tiempo,
el no ser, lo que sea,
esto de lo que tú ya no formas parte.

Porque no eres la misma persona.
Ahora te escuchas. Y pides a gritos
lo que estás negando. Necesitas algo.
Que, nuevamente, te llene de ilusión,
con lo que aprendas lo bueno que es
llenar una ignorancia de sabiduría,
donde desconectes de lo que no te gusta,
de lo que aborreces, de lo que no
llega a ti porque estás muy lejos,
porque estás donde justamente
te sientes cómoda para expresarte como quieras.

Que la niebla no cubra mis sentidos
dejando ver que algo nuevo se esconde tras ella.
Que no me miren llorando
y les tenga que explicar que tan sólo
estoy haciendo un nuevo poema.

Y una parte se vuelve difícil, complicada.
De dejar años de risas, fotografías sin
enmarcar, de personas que dejan su esencia,
de personas, de personas, y personas,
de esa persona.
Y otra parte exige salir por el mismo lugar
por el que una vez entraste, sin mirar atrás,
sin echar de menos, como una experiencia,
sin más.

Y no sé.
Las cosas cambian.
Debemos hacérnoslo saber.
Y es tan necesario, que lo hagan.
Y da, consecutivamente, tanto miedo.

Pero, miedo, a qué.
¿Y si realmente lo que nos asusta
no es el cambio,
si no saber que nosotros mismos somos
los que estamos provocándolo?
Y si, quizá,
lo que realmente nos atemoriza
es pensar
que con tantos cambios podríamos
acabar
dejando todo exactamente igual que en un principio.






martes, 26 de septiembre de 2017

Egoísmo

Soy egoísta.

Lo admito, lo digo, concreto.

Y tremendamente.

He tratado de quererte
y te he querido por conveniencia.
Aquella vez, te pregunté
tu nombre
tan sólo para ponerlo como
título de mi espera
hacia algo
volátil e inaudito.
Y cuando me contaste
que te gustaban los anocheceres
acariciando temblores
unidos
a bocas agrietadas por el dolor,
yo lo utilicé
para convertirte en algo parecido
a ti
pero que sí está conmigo.

Egoísmo, se llama. Lo sé.
Conocerte para poder dar sentido
a esto.
Conocerte, y que algún loco o enamorado
-para el caso es lo mismo-
me diga que le gusta lo que escribo.
Que le parece tristemente bonito.
Y yo, le responda que
aún no te ha visto sonreír,
cuando las palabras sobrepasan
sentimientos.

Egoísta por usarte como inspiración.
Egoísmo, desconmensurado.
Ególatra, yo,
por quererte tan sólo para escribirte
y acabar escribiéndote porque
te quiero.

lunes, 25 de septiembre de 2017

Mañana de reflexión

Puedes quererme o no.
Está en tu mano.
Pero quiero hacerte saber
que mi tiempo de espera
tiene un límite
aún sin delimitación de exactitud
pero totalmente certero.

Es verdad,
lo irracional va desprovisto
de razón,
y por el contrario,
tengo que pensar razonadamente
qué es racional.
Y si quiero que lo sea,
si es lo adecuado, si debe de serlo.

Para así entender
cómo te has adentrado en
lo incorrecto
para hacerme feliz.
Cómo te has enredado
con la ilusión para hacerte inesperado.

Y que vengas con prisa
para rodearme con tus brazos
lentamente.
Y que no sepas, o pienses que sí
y no te hagas la menor idea,
como sinónimo de que algo
incertero surge ahí dentro.

Y que tengas, sobre todo,
la plena libertad
de decidir a dónde quieres irte
pero que siempre prefieras volver
para quedarte conmigo.

martes, 5 de septiembre de 2017

Cuándo y por qué

Recuerda
las dudas
las lágrimas al borde
de la cornisa.

Recuerda
las persianas bajadas
y la luz cegadora
de lo que pretendo ignorar
y remuerde sin saber
que no quiero, intencionadamente
dejar atrás
lo que cada día lleva cinturón
y zapatos
y me mira como algo
que cree haber recordado
pero que una vez tuvo intención de olvidar.

Recuerda los saltos sin miedo
el miedo sin cadenas
las cadenas sin rehén
a quién agarrar.
Recuerda las veces que te fuiste
y en las que yo quise huír.
Las muchas otras
en que regresamos
porque no había forma alguna
diferente
para componer nuestros alientos
como música para oídos.

Recuerda lo no quieres ni ver pasar.
Recuerda lo que ha pasado. Recuerda
el pertenecer, sin ser de. Las ganas.
El todavía. Y aún.

Recuerda cuándo
y por qué ya no.