lunes, 6 de abril de 2020

Instrospección

La oscuridad no me deja dormir y creo que escucho en el tercer piso una voz cantando algún tipo de canción country. De los ochenta, debe de ser, pienso mientras miro al techo y extiendo mi pelo sobre las sábanas. Lo peino entre mis dedos. ¿A quién se le ocurre a estas horas componer una canción? Deben de ser las tres de la madrugada, y parece querer meterse en mi mente.

La oscuridad provoca insomnio, sé que es la oscuridad y no la taza que está en mi mesilla. Nunca me ha gustado no poder ver las cosas claras, ¿qué hay detrás? Solo suposiciones. Mi cabeza tiene claro que la silla debe de estar donde la dejé, con la misma ropa encima, colocada de la misma manera que fue tirada cuando quise quitármela al igual que mis legañas. Eso es lo que creo. Pero no tendría por qué ser así, no puedo verla y podría haber desaparecido.
Ahora sólo distingo el color blanco. Al lado de la taza hay unos papeles. ¿Qué son? Papeles, porque sí los veo. No puedo decir más. Hay personas que adoran la oscuridad y otras que la odian. Nunca me han gustado los extremos. Sé que detestaba no poder comprenderla nunca, no saber qué quiere decir, que me muestre su carácter sintiéndome vulnerable porque cualquier cosa podría esconderse en ella. Sin embargo, ahora estoy a oscuras y me envuelve, está entre las paredes y yo lo consiento. Alargo mi brazo para coger los folios, pero me cuesta. Me aseguro de que la taza no se ha movido, sigue ahí.

En serio, ¿a quién se le ocurre poner esa canción? Ese género ya no le interesa a nadie y suena a triste. Decido cambiar mi posición y me siento, los papeles se me han caído al suelo. No sé qué hago despierta, supongo que pensar. Pensar se me da bien. ¿Alguna vez me he parado a contar cuántas cosas pienso en un minuto? No lo he hecho, tal vez me sorprendería que la mayoría de ellas las provoca mi mente. Debo de hacer varios trabajos, algo de ejercicio, responder las notificaciones y correos de mi carrera, pero también relajarme. Tengo como obligación relajarme, me lo he exigido. Es absurdo y sin embargo me sigue gustando pensar. Las tres de la mañana, joder.

Entonces, me doy cuenta de algo que no había percibido. El sonido de una notificación del móvil hace que me sobresalte. Esa vibración de cualquier chat, mensaje, publicidad spam de madrugada, hace justamente que me percate de algo: la música ha dejado de sonar. No se oye. Es ahí cuando lo puedo ver claramente, que nadie cantaba, que eran canciones que yo había puesto en aleatorio en mi móvil. Las había colocado en modo reproducción como si mi cuerpo fuera un mecanismo que se moviese automáticamente sin yo darme cuenta de ello. No lo sabía.

Los papeles del suelo no son solo papeles, son notas suyas, es cierto. Ahora puedo verlo, soy capaz, es su letra, explicando por qué se marcha.

Y la taza, la pequeña circular masa de cerámica que había encima de la mesa, es el café a medias que ha dejado.

Consigo mirar algo más, probablemente peor. La oscuridad no es porque sea de noche, puedo comprenderlo, son sus ojos marrones. Sus putos ojos grandes serios intensos dirigiéndose hacia mí, ojos marones oscuros, cuando ladea la cabeza, con las llaves en la mano, a punto de marcharse. Oigo el sonido de la puerta cerrándose, fuerte. Y luego, el silencio.

En el momento que se marchó pude ver hacia el reloj
miré la luz que había en el cuarto
y comprendí que, en realidad, eran las tres de la tarde.











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