viernes, 8 de febrero de 2019

Compulsividad

Me comencé a obsesionar.

Pero no os confundáis.

No era ese tipo de obsesión.
No era una obsesión insana.

Es como quién lleva todo
este tiempo creyendo en algo tan
firmemente que no es
consciente de que la mayoría de veces,
cuando crees saber absolutamente
cada una de las cosas que te rodea,
tan sólo eres ignorante un poco más.

En este caso, necesitaba saber
de un modo inapelable, 
inaplazable, inmediato
cómo ataba los cordones de sus zapatos.

Diréis que no tiene sentido 
como todo lo que no se comprende 
que tiende a criticarse.

Yo sabía todo de él
había observado en sabio discreto
bello callado silencio
cómo se tocaba el pelo, cuando
fruncía el ceño ante lo que
no comprendía,
su cabecita ladeada, su pose
tranquila, su barbilla marcada
mientras sus manos
dormían acurrucadas a sus bolsillos.
Sabía de ti como si
tú pudieras conocerte a ti mismo
y verte reflejado en ello.

Pero cómo ataba los cordones de sus zapatos.

Lo haría decidido,
de una manera suave, intranquilo
a lo mejor rápido,
doble nudo con delicadeza
para sentirse seguro,
los metería por dentro por temor
a tropezarse,
miedo a lo incontrolable.
Le gustaría empezar por el cordón
derecho, sería ese su lado preferido
de la cama.
Cada vez lo haría distinto, porque
no le gusta la monotonía.
O ni los entrelazaría porque no le
gusta comprometerse
no pretende envolverse conmigo.

Si hubiese sabido cómo los ataba
hubiera sabido demasiadas cosas.

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